jueves, 16 de diciembre de 2010

Seda




Hace unos días que mi amiga Trini me hizo una pregunta: ¿has leído la novela Seda?, yo le respondí que no, ella movió ligeramente su cuerpo y abriendo la puerta de uno de sus armarios de oficina me dijo: yo te la regalo. Su dedicatoria es tan simple como hermosa. Para María.
Es muy bonita, de las 59 páginas que llevo leídas, hay unos renglones que me han cautivado especialmente y los quiero compartir con vosotros por su estilo dulce y poético.
***
Por la noche Hervé Joncour preparó las maletas. Después se dejó llevar a la habitación pavimentada de piedra, para el ritual del baño. Se recostó, cerró los ojos, y pensó en la gran pajarera, loca prenda de amor. Le pusieron sobre los ojos un paño húmedo. No lo habían hecho nunca antes. Instintivamente intentó quitárselo pero una mano cogió la suya y lo detuvo. No era la mano vieja de una vieja.
Hervé Joncour sintió resbalar el agua por su cuerpo, primero sobre las piernas, y después a lo largo de los brazos y sobre su pecho. Agua como aceite. Y un silencio extraño a su alrededor. Sintió la ligereza de un velo de seda que descendía sobre él. Y la mano de una mujer -de una mujer- que lo secaba acariciando su piel por todas partes: aquellas manos y aquel paño tejido de nada. Él no se movió en ningún momento, ni siquiera cuando sintió que las manos subían por los hombros hasta el cuello y los dedos -la seda y los dedos-, subían hasta sus labios y los rozaban una vez, lentamente y desaparecían.
Hervé Joncour sintió todavía que el velo de seda se levantaba y se separaba de él. La última cosa fue una mano que habría la suya y dejaba algo en la palma.
Esperó largamente, en el silencio, sin moverse. Después con lentitud, se quitó el paño de los ojos. No había ya luz apenas en la habitación. No había nadie a su lado. Se levantó, cogió la túnica que yacía doblada en el suelo, se la echó por los hombros, salió de la habitación, atravesó la casa, llegó ante su estera y se acostó. Se puso a observar la luz que temblaba, borrosa, en la lámpara. Y con cuidado, detuvo el tiempo durante todo el tiempo que lo deseó.
No fue nada, después, abrir la mano y ver aquella hoja de papel. Pequeña.
Unos pocos ideogramas dibujados uno debajo del otro. Tinta negra.



María


***

3 comentarios:

El Sol dijo...

Preciosa seleccion. Ya lo leí.
Muy bonito.

Un beso

Anónimo dijo...

No tenía ese libro en mi lista de los pedientes de...pero me has intrigado, María.

Besos y felices fiestas.

Uno más dijo...

Seda el viento que levantas a tu paso,
dulce perfume suave.
Volcán de sensaciones alegres, vitales, de paz.

Besos